lunes, 7 de junio de 2010

Empecemos por romper los grandes bancos

Caminamos como sonámbulos hacia una crisis aun más honda. Ya es hora de pellizcarnos y de que nos embarquemos en reformas fundamentales

Es el año 2025, y termina la década de la desintoxicación. Se han rebajado drásticamente los déficits, los consumidores tienen dinero en el bolsillo, los precios de la vivienda se están disparando y los bancos obtienen beneficios récord. Se ignoran los cantos de sirena que avisan de que poco se ha hecho por enfrentarse a aquellas debilidades estructurales del sector financiero que casi provocaron una catástrofe en 2008. Sube de tono la tradicional invocación del “esta vez es distinto”. Salvo que no lo es. La euforia engendra la complacencia y estalla una crisis financiera, igualita a la de la primera década del siglo, sólo que mayor.

Este, desgraciadamente, es el futuro, a menos que quienes hacen política se den cuenta de que el problema más acuciante no son los préstamos públicos, el IVA o la Seguridad Social sino lo que piensan hacer con los bancos, que, pese a lo que los políticos digan, no es gran cosa. Hay cada vez más apoyo internacional al plan de Barack Obama de un impuesto a los bancos con el fin de proporcionar un seguro para el caso de una futura crisis. Y se trabaja actualmente a fin de aumentar la supervisión internacional y en nuevas reglas que garanticen un freno a los préstamos bancarios en periodos de auge.

Pero apenas si es suficiente. La verdadera reforma del sector financiero significa hacer preguntas fundamentales. ¿Plantea riesgos inherentes la actual estructura? ¿Están estafando los bancos a sus clientes? ¿Podríamos idear un sistema más sensato? Para las cuales la respuesta, en los tres casos, es que sí. Plantea riesgos inherentes tener bancos que son “demasiado grandes como para venirse abajo”, especialmente cuando saben que el Estado los rescatará cuando las cosas se pongan serias. Un sistema bancario que funcionara adecuadamente habría visto cómo los 200.000 millones de libras del dinero creado por el ajuste cuantitativo descendían en cascada para ir a parar a los negocios desesperados por obtener capital circulante, en vez de ser utilizado como fichas de casino para hacer subir los precios de los activos. Y sabemos que es posible concebir un sistema más sensato, porque se hizo en la década de 1930, la última vez en que los bancos dejaron todo hecho un absoluto estropicio.

En vez de limitarse a pequeños ajustes, los políticos deberían estar examinando tres cuestiones: el volumen y estructura de los bancos, la forma en que operan y el modo en que pagan impuestos. Las propuestas actuales no hacen nada por alterar la estructura del sistema bancario, sólo llevarán a cabo cambios modestos respecto a cómo funcionan y son una segunda opción deficiente en lo que respecta a que paguen impuestos de forma más justa.

El núcleo del problema es que los bancos son hoy demasiado grandes y demasiado complejos, un argumento esgrimido en una conferencia esta semana por Andrew Haldane, director de estabilidad financiera del Banco de Inglaterra. Haldane afirmó que no había evidencia de que “más grande” signifique “mejor” en banca. Por el contrario, sostuvo: “El máximo de eficiencia en la escala de la banca podría ser relativamente modesto”.

Se trata de una conclusión importante, porque la defensa de los megabancos consiste en que pueden llevar a cabo cosas que bancos más pequeños no podrían, haciendo así que nos valga la pena aceptar los riesgos de instituciones “demasiado grandes para venirse abajo”. Hoy parece que las ventajas son ilusorias. Los costes potenciales, sin embargo, no lo son, y exceden con mucho las subvenciones directas de los contribuyentes a los bancos durante la crisis.

Cuando haya pasado la tempestad, la factura puede ascender acaso a 20.000 millones de libras, pero eso no es nada comparado con los costes económicos de más entidad de la recesión más larga y más profunda que ha sufrido Gran Bretaña desde la Segunda Guerra Mundial. La producción (output) es un 10% más baja de lo que habría sido de haber continuado el crecimiento a su ritmo normal, y eso asciende a 140.000 millones de libras.

La economía no se recobrará jamás de ciertas pérdidas, y esto aumenta substancialmente los costes a largo plazo. Los economistas han estimado cuánto le han costado los bancos a la economía global: asumiendo que la producción tiende a aumentar en un 3,25% y que el 25% de la producción nunca se recupera, las pérdidas del PIB serían de 60 billones de dólares. Para el Reino Unido, el coste es de 1,8 billones de libras, mayor que el actual rendimiento anual de la economía.

Se trata de un precio demasiado alto para soportarlo, ya sea por parte de los bancos o del contribuyente. Haldane señala que otras industrias han resuelto el problema del “demasiado grandes como para venirse abajo”. El sector informático solía ser una estructura enormemente concentrada dominada por IBM, mientras que ahora es una estructura modular fragmentada en la que no domina ninguna empresa de fabricación de hardware. El punto de partida de la reforma, por tanto, debería consistir en una fragmentación de los grandes bancos y una rehabilitación de la vieja división entre banca comercial y de inversión.

Esa medida garantizaría que los bancos operasen de manera distinta, volviéndoles más receptivos a las necesidades de sus clientes. Pero sería necesario garantizar que la inversión fuera allí donde más se necesita. Si los ministros quieren bajos tipos de interés y ajustes cuantitativos (inyectar dinero) para conseguir que se actualice la industria o capital de arranque para iniciativas empresariales verdes, puede que sea necesario que adopten un enfoque más práctico en esas instituciones en el que el gobierno es el accionista mayoritario. La alternativa consistiría en un banco de inversión del Estado.

Por último, nos queda la cuestión de las cargas fiscales. Obama quiere que los bancos financien el coste del próximo rescate, pero su plan es defectuoso. La existencia de ese fondo simplemente alentaría a los bancos a correr riesgos aun mayores, mientras que la tasa propuesta para los bancos no sería apenas lo bastante grande como para cubrir los costes económicos completos de una crisis. En el Reino Unido, recaudaría cerca de 1.000 millones anuales, algo minúsculo en comparación con los recortes del gasto que se van a necesitar durante los próximos dos parlamentos como consecuencia directa de la crisis financiera.

Una opción bastante mejor consistiría en un impuesto a las transacciones financieras, una de las opciones que actualmente considera el Fondo Monetario Internacional. Por desgracia, hasta aquellos países más interesados en el impuesto a las transacciones – Alemania y Francia – ejercen su influencia para respaldar el plan de Obama, basándose en que algo es mejor que nada.

Con ello queda ilustrado el reto al que se enfrentan los reformadores: los bancos dejan sentir su peso y los políticos son débiles. John Kay lo resume nítidamente en la edición de abril de la revista World Economy: “La industria de servicios financieros es hoy la fuerza más poderosa de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Por si acaso alguien lo dudaba, los últimos dos años lo han demostrado. El sector ha conseguido subvenciones y garantías de extraordinaria magnitud aportadas por el contribuyente sin condiciones substanciales para una reforma de consideración. Pero no se han encarado los problemas centrales que dieron lugar a la crisis, y mucho menos resuelto. Resulta por tanto inevitable que la crisis se vuelva a repetir”.

En realidad, no es inevitable otra crisis. Pero, tal como están las cosas, caminamos como sonámbulos hacia ella.

Larry Elliot The Guardian

Traducción para www. sinpermiso.info: Lucas Antón.

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