lunes, 13 de febrero de 2012

No son las finanzas, es el capitalismo

Es cada vez más amplio el coro de voces que señala a la dominante política de austeridad y consolidación fiscal como la responsable de haber metido a la UE e indirectamente al resto de las economías del mundo en una senda de recesión a la que ya se vaticinan peores perspectivas que a la producida en 2008. 

La pregunta inevitable es a quién puede haber beneficiado este disparate de política económica, ya que hasta los conservadores alemanes reconocen que ha puesto en peligro la salud de su saldo de exportaciones, lógicamente afectado por el estancamiento de sus clientes. 

No creo exagerado sospechar que el capital financiero, principal causante de esta última parte de la crisis capitalista (en mi opinión, no pueden separarse las crisis financieras de las últimas décadas de la crisis de valorización de los años setenta del pasado siglo, pero ese es otro cantar)y beneficiario principal de las subastas a interés negativo del BCE, se esté beneficiando de la llamada “desconfianza de los mercados” que se ha venido traduciendo en la exigencia de más altas rentabilidades para cubrir las emisiones de deudas pública de los países del sur y, recientemente, de Francia y Bélgica. 

En absoluto estoy planteando algo parecido a una conspiración del capital financiero para someter a su dictado a los Estados y, con ellos, al conjunto de las poblaciones. La oposición mercados financieros/Estados/democracia es sugestiva pero me parece que oculta más de lo que describe. La denuncia de los mercados financieros, más que una crítica del capitalismo, parece una nostálgica evocación del capitalismo fordista regulado por el Estado providencia, cuando el mundo estaba en orden y la certezas señalaban a cada uno su sitio en la lucha de clases. 

La experiencia histórica muestra que la aparición de vastas masas de capitales especulativos y burbujas de crédito no han sido la causa de de ninguna crisis capitalista sino más buen el producto de la desaceleración del proceso de valorización en la “economía productiva”. En la que abre el largo ciclo en el que, en mi opinión, aún estamos, ha sido el agotamiento de las reservas de productividad imputables al fordismo y su consiguiente reducción de las tasas de ganancia, acentuada por los mayores costes de la fuerza de trabajo fruto del ciclo de luchas de los sesenta, la que ha empujado a los capitales excedentarios (p.ej. los petrodólares generados por las dos subidas del petróleo de los setenta) a emigrar a las finanzas en busca de las rentabilidades perdidas 

Creo que lo mismo que toda emisión de deuda viene a representar un adelanto sobre la futura creación de valor por la empresa que la emite, la emisión de deuda pública se hace contra la promesa más o menos incierta de generación de ingresos por los Estados que la emiten. 

De la misma manera que los capitales excedentarios de los setenta vagaron por los mercados en busca de rentabilidades que no encontraban en la llamada economía real y al final se colocaron en activos financieros, descontando así el futuro valor a crear, ahora los capitales que pretenden huir de los sectores en declive como la construcción residencial y el negocio inmobiliario tras el pinchazo de sus burbujas, buscan en la deuda pública la rentabilidad que les permita mantenerse. Su problema es que una buena parte de los Estados, esta vez los más desarrollados, dan señales de asfixia por el taponamiento de sus fuentes de recursos y la dificultad de encontrar un sector que haga de locomotora de las economías nacionales y global.

Los efectos de lo que en su momento se llamó 3ª revolución industrial- la microelectrónica y la introducción de las tecnologías de la información y la comunicación-ha supuesto una inmensa operación de expulsión de fuerza de trabajo y, por ello, de reducción de la tasa de ganancia (que es función, no se puede olvidar, del capital variable representado por la fuerza colectiva de trabajo ocupada por los empresarios capitalistas). La operación de lo que Marx llamó las contratendencias a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia ha visto agotadas sus posibilidades en la medida que el capital ha colonizado la práctica totalidad de las regiones y los países del planeta sometiéndolos a su lógica implacable. En estas condiciones, la pregunta no es por qué estalla la crisis sino porqué no ha estallado antes y en forma todavía más intensa, habida cuenta los riesgos de desvalorización de estos capitales excedentarios. Y es aquí donde nos encontramos con la esfera financiera, una fase absolutamente normal en toda crisis capitalista, tal y como el propio Marx lo analizó con su concepto de capital ficticio. 

La expansión de las finanzas, contra la que tantos progresistas honrados claman, ha sido la vía de escape de un sistema global incapaz de encontrar nuevos sectores y regiones que impulsaran la acumulación. En España tras la recesión 1992-1994, los fundamentos de lo que se llamó el milagro económico español ha descansado en una alocada carrera d endeudamiento de hogares y familias, fundamentalmente en inversiones in mobiliarias, con los abundantes recursos financieros procedentes de la acumulación capitalista centro europea, y hecha posible por la expansiva política monetaria de la UEM que ha dotado de préstamos a interés negativo a hogares y empresas. 

La transferencia de inversiones desde la economía productiva a las finanzas no ha sido el resultado de una decisión consciente y premeditada de los capitalistas para fragmentar la fuerza del movimiento obrero y acabar con el Estado del Bienestar. Ni siquiera el consejo de administración de la burguesía, el Estado al decir de Marx, ha sido capaz de planificar esta ofensiva en contra de los trabajadores que se prolonga desde hace más de tres décadas. Ha sido la tendencia objetiva de los capitales en busca de rentabilidades que no obtenía en los sectores industriales lo que ha provocado su abandono, una vez que las tasas de ganancia en aquellos han comenzado a caer por efecto del incremento del aumento incesante de capital por unidad de producto y la disminución del capital variable que constituye la fuerza de trabajo, al fin y al cabo la única fruente de producción de valor. Es verdad que esta tendencia ha sido reforzada en sus efectos por dos factores de gran influencia en los setenta: de un lado, el brusco aumento de los precios de la energía; y, de otro, el incremento de los costes de la fuerza de trabajo, por efecto del aumento de la combatividad obrera. 

Los inversionistas, desde los más pequeños ahorristas hasta los grandes inversores, han colocado sus fondos, en un comportamiento racional en la lógica capitalista, allí dónde podían esperar expectativas más altas de rentabilidad. Los bienintencionados esfuerzos de los gobiernos por inyectar recursos para estimular la demanda de productos, cuando ya había comenzado el movimiento de migración hacia las finanzas y la caída de la rentabilidad de las inversiones, no ha hecho sino amplificar los efectos de la crisis, añadiendo a los síntomas de estancamiento los de inflación, lo que no ha hecho sino legitimar los discursos y las políticas de austeridad y ajustes, abriendo con ello la espiral de contracción de la actividad, desempleo, incremento de los déficits públicos de los que tan debilitado han salido el movimiento obrero y, en general, las políticas de izquierda, siquiera reformistas. 

Ha sido el propósito de romper este círculo vicioso de austeridad y políticas neoliberales lo que ha llevado a muchas gentes de izquierda, incluso situadas en el campo anticapitalista, a postular políticas keynesianas de estímulo de la demanda orientadas a reactivar la producción y la creación de empleos. La vuelta a la primacía de la economía productiva generadora de empleos y recursos para financiar el Estado del Bienestar, recuperando la regulación y el control del movimiento de capitales mediante instrumentos diversos de los que el más popular es la Tasa Tobin 

¿Es la vuelta a la “economía productiva” empujada ó hecha posible por una política recuperada para los ciudadanos, la solución a la tremenda crisis que asola a los países de la UE y con ellos al resto de las economías capitalistas?. Contestar en forma adecuada este interrogante exigiría analizar en detalle cuáles podrían ser las condiciones en las que esa recuperación ciudadana de la política podría hacerse realidad orientando la actividad económica hacia el crecimiento y la inversión productiva. Las condiciones presentes en estas latitudes y a pesar de la inyección de vigor ciudadano que ha representado el 15M, no parecen ir por ahí, como demuestra el apoyo mayoritario recibido por un partido como el PP que no tiene el menor empacho en reconocer, no con discursos sino con políticas concretas (ver RD leyes de 30 de diciembre y 4 de febrero), la vuelta de la política económica al fomento de los sectores motores del crecimiento a finales de los noventa y principios de este siglo, el sector inmobiliario y la construcción. 

En el ámbito internacional es, cuanto menos, dudoso este cambio de orientación. No parece previsible que los Estados en la UE, aún si estuvieran pilotados por gobiernos progresistas, puedan jugar un papel distinto al jugado hasta la fecha en un contexto en el que las previsiones de todas las instituciones especializadas anuncian un par de años especialmente duros de retroceso en el crecimiento, incluso para aquellos países como los BRIC, que se libraron de los efectos de la crisis del 2008. 

China no podrá ejercer el papel de sustituto de la economía USA en su función de locomotora de la economía global por causa de sus crecientes problemas relacionados con la aparición de una tardía pero muy intensa burbuja i mobiliaria y por el recalentamiento de su economía que obliga a las autoridades a aplicar medidas de contención en el consumo que frustran las esperanzas de su emergente clase media. 

La otra gran economía exportadora, Alemania, se va a ver cada vez más amenazada por los problemas del euro que tan decisivamente ha contribuido a crear con su tozuda política de austeridad. A estas alturas es, incluso dudoso que una política abiertamente de demanda orientada a fomentar la recuperación del consumo a través de aumentos salariales complementadas con incrementos en las pensiones y otras prestaciones públicas pudieran alterar significativamente el panorama. 

Así que parece lo más probable que asistamos a un período en el que se profundizarán aún más las políticas de ajuste, se detriorarán más las condiciones de trabajo y salariales para ofrecer seguridad a los tenedores de deuda y para poder financiar el coste de la reestructuraciones bancarias recientemente aprobadas en sedes comunitaria y estatal y tendentes a operar una fuerte concentración de las entidades d crédito de la UE para aumentar su competitividad en el mercado global del crédito. 

En tan sombrío cuadro cualquier noticia que pueda añadir incertidumbre a las maltrechas economías nacionales y global puede desatar una auténtica oleada de pánico, al tiempo que puede servir de justificación a los señores de la guerra en Israel y Estados Unidos para intentar un golpe de mano que ayude a reequilibrar el juego de fuerzas en Asia central; y, desde luego, las amenazas iraníes de cerrar el estrecho de Ormuz pueden servir para ambas funciones. La cotización del barril por encima de los cien dólares y la continua caída del tipo de cambio del euro respecto al dólar pueden ahondar la recesión en aquellas economías que como la española, dependen mucho de las importaciones petrolíferas. 

De fondo estará, una vez más en la historia norteamericana, el peso y la influencia del complejo militar industrial para jugar sus bazas de recuperación de influencia en la Casa Blanca y en el conjunto de la escena geopolítica global. 

Históricamente el capitalismo ha transportado el germen de la guerra, con mayores probabilidades cuanto más agudas han sido sus crisis. La desaparición de su “exterior”, aliviadero socorrido en ocasión de sus frecuentes crisis de sobreproducción, aumenta la sensación de asfixia del sistema. El recurso a la deuda de Estados, empresas y hogares ha sido la vía de escape que permitido salir de las recesiones a golpes de créditos cada vez más voluminosos. 

El cierre del círculo de estos comentarios expresa bien el del círculo vicioso, la espiral infernal en la que el capitalismo arrastra al conjunto de nuestra especie. No hay muchas razones para el optimismo pero las hay menos para confiar en las salidas dentro de la lógica que nos ha conducido a esta situación. La lógica del capitalismo, tanto el de la época fordista cuya crisis abrió el paso al capitalismo neoliberal, cómo este último ahora también igualmente en crisis. La lógica de la producción para obtener beneficio, dinero, capital, sin importarle la satisfacción de las necesidades de las personas, el cuidado del medio ambiente, la dignidad y la convivencia de las sociedades humanas. 

No hay certezas, ni líneas correctas desde las que nadie pueda descalificar a nadie, solo el pensamiento, la voluntad y la urgencia de acabar con esta iniquidad de relaciones sociales que nos conducen a la degradación y a la muerte cotidiana. 

José Antonio Errejón
Rebelión

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